Las posturas (algunas muy estéticas) son la base de la mayoría de clases de Yoga hoy en día, y son muy beneficiosas, pero más que en la postura en sí, el beneficio reside en cómo la vives. No es lo mismo estar pensando en tus asuntos o en lo que vas a hacer cuando acabe la clase, que hacer Yoga de verdad: estar muy presente en la postura escuchando al cuerpo, todo lo que éste te va comunicando en cada postura y cómo varían los matices de esa comunicación a lo largo del proceso de tu respiración.

Una buena postura debe ser firme, estable, equilibrada, asequible, observada, inmóvil y a la vez relajada.
Más vale practicar largo tiempo y dominar 10 posturas que practicar por unos pocos segundos 200 posturas y no experimentar profundamente ninguna. A la mente le encanta el movimiento y las cosas nuevas, lo conocido le aburre a no ser que lo hubiera olvidado completamente. Es así de caprichosa. Suele costar mantener largo tiempo posturas sencillas, no por incomodidad o debilidad física sino por aburrimiento, por debilidad mental y ser caprichosos.
La sugerencia es enfocarse a disfrutar del alivio en las posturas cómodas de estiramiento y torsión, y a motivarse con el sacrificio que implican las posturas de fuerza, tratando de hacerlas sin rigidez pero con control y firmeza.

La práctica de asana (posturas) fortalece y flexibiliza el cuerpo, libera cargas y tensiones, favorece el funcionamiento equilibrado del metabolismo, permite recuperar amplitud del rango de movimiento articular, mejora el descanso, te llena de energía y ánimo y ralentiza el deterioro y el envejecimiento. Pero el auténtico fin de la práctica de asana es preparar el cuerpo para la meditación, favorecer que se relaje, e ir trabajando la amplitud de movimiento y fuerza necesaria para poder permanecer en una postura de meditación sin dificultades durante tiempo.
